Una de las decepciones más grandes es darnos cuenta que no somos eso que creemos ser y que la vida no siempre es como nos la contaron.
En muchas ocasiones no sabemos cómo aceptarnos a nosotros mismos, no lo aprendimos durante nuestra infancia ya que no contamos con un ambiente seguro en el cual pudiéramos explorarnos, conocernos o crearnos, básicamente no teníamos otra elección más que creer eso que nos dijeron de nosotros mismos.
Debido a los sistemas de crianza predominantes no logramos desarrollar auto-valor, auto-respeto, autocuidado ni autoconciencia, por consecuencia pasamos una gran parte de nuestra vida adulta buscando esto que (disculpen el spoiler) no logramos encontrar afuera y que al mismo tiempo nos causa mucho temor ver hacia adentro.
Es una contradicción, buscamos en alguien externo esa validación, valoración y amor que sentimos que nos hace falta, esperamos y nos mantenemos a la expectativa de que alguien más venga y se haga cargo de nosotros, que nos cuide y este otro espera lo mismo de nosotros.
Podemos aprender y cultivar la auto-aceptación con pequeños pasos:
Dirigiéndote a ti mismo con cariño.
Analizando las expectativas que nos imponemos.
Abriéndonos a nuevas posibilidades.
Cuestionando eso que damos por verdad absoluta.
Conociéndonos.
Haciéndonos preguntas.
Soltando las opiniones de los otros.
Poniéndole atención a nuestro diálogo interno.
Las palabras que usamos.
Tratándonos como nos gustaría que alguien más lo hiciera.
Y cuando hayamos aprendido, podremos aceptar a los demás,
aunque no sean ‘lo que nosotros queremos que sean’.
