En la actualidad muchos padres enfrentamos este dilema:
¿Cómo puedo criar a mis hijos, sin repetir la forma en la que me criaron a mí?
Con el paso del tiempo, el avance en las neurociencias, los estudios científicos que evidencían el impacto del trauma y la fragilidad de la psique infantil, sentimos temor, no queremos “traumar” a nuestros hijos.
El camino de la crianza respetuosa, consciente, positiva, cálida, presente… exige un constante cuestionamiento, acerca de lo que nosotros somos, de lo que hemos hecho y de lo que somos capaces de dar, que va íntimamente ligado a lo que recibimos de nuestras figuras primarias de apego.
Si nuestros padres fueron ausentes, con mucha dificultad nosotros podremos dar presencia, incluso es posible que no entendamos que es lo que nuestros hijos necesitan, ya que nosotros no tenemos registrada esa necesidad, ni cubierta.
Si nuestras emociones fueron reprimidas, no tendremos las herramientas necesarias para acompañar y gestionar las de ellos.
Y así la cadena continúa, hasta que alguien se anima y atreve a cuestionar lo que está dicho y a hacer las cosas diferentes, sin embargo para poder hacer esto de dar lo que no se tuvo hay que realizar un trabajo de indagación personal y estar dispuestos a enfrentar todo eso que nos pasó y que nos hace ser quienes somos ahora.
Entonces, nuestros hijos nos dan la oportunidad de sanarnos a nosotros mismos y poder ser mejores seres humanos, mientras nos ponen de frente a nuestros asuntos internos no resueltos.
Darles a ellos eso que no tuvimos implica reconocer eso que nos hizo falta, entenderlo, sanarlo y desarrollar nuevas destrezas para poder ofrecerlo.
El amor a nuestros hijos puede ser el motor que necesitamos para crecer.Recordemos que es por medio de una relación segura, estable y cálida
Esto es a lo que yo le llamo el amor como fuerza de transformación.
